25/2/07

¡Hello, capitalismo!


La película Good Bye Lenin! de Wolfgang Becker nos cuenta la historia de la creación ficticia de una ilusión que no desea verse rota, la de una Alemania socialista unificada construida expresamente para la felicidad de una sola persona, la madre de Alex, una socialista de pura cepa, que entra en coma profundo y despierta diez meses después con el muro de Berlín echo escombros.
La madre de Alex se vuelca en la realidad del régimen socialista tras no atreverse a huir al lado occidental con su marido, el cual esperaba su llegada con los niños para comenzar una vida mejor en la Alemania más desarrollada y rica. Sin embargo, el plan no acaba cuajando en la esposa, que decide quedarse y, suponemos, a causa de la culpabilidad por dudar entre permanecer o irse, convierte en el centro de su vida la sociedad socialista que iba a abandonar, participando en todo cuanto pudiese mejorar el estado de las cosas y la vida de sus ciudadanos. Hasta que un día, sorprendida al ver una manifestación contra el régimen en la que su propio hijo participaba, sufre una ataque cerebral y entra en coma.
La historia seguirá su curso durante los meses de desconexión de la madre, de modo que se abren las fronteras, la moneda occidental entra en la RDA, se unifican las dos Alemanias, y el estilo de vida consumista empieza a impregnar la antigua austeridad socialista. Alex comprende que todo cuánto su madre amaba ha sucumbido, y cuando, una vez despierta del coma y el médico aconseja protegerla de sobresaltos y disgustos, la única salida que ve el joven es montar la farsa de que nada ha cambiado.
A partir de este momento la vida de Alex girará en torno a la consecución de una realidad socialista perfecta para su madre y esta misión incluirá, desde convencer a todos los familiares y conocidos para la participación en el teatro, pasando por la grabación falsa de informativos televisivos con noticias inventadas, hasta confeccionar una bandeja de productos para el desayuno genuinamente socialistas.
Evidentemente, la fantasía de Alex se le va de las manos, y acaba siendo más poderosa la ficción que la realidad, llegando a un punto en que no se distingue para quien es más importante la existencia de la mentira, si para el hijo o para la madre. De hecho, y pese a que la última acaba conociendo la verdadera historia, decide no revelárselo al hijo, sobre todo, después de que éste cree para su deleite (¿el de quién?) un final para la RDA diametralmente opuesto al auténtico. Serán, así, los ciudadanos occidentales los que, cansados de ser unos esclavos del bienestar inocuo y del consumismo, digan adiós al capitalismo para saltar los muros que les separan del régimen socialista, el régimen que ansían todos los alemanes para el conjunto del país de nuevo unido.
En verdad, esta es la historia de una utopía que no pudo ser, que fue imposible, pero a la que se le deja una puerta abierta. Del mismo modo que las cenizas de la madre de Alex no son sepultadas bajo tierra sino propulsadas hacia el cielo en un pequeño cohete, el autor del film no entierra la esperanza, la deja flotando en el aire para que, en un futuro no demasiado lejano, puede recuperarse.
(Chema Madoz)

18/2/07

Antes muerta que deshonrada


La señorita Else, novela breve del austríaco Arthur Schnitzler, nos cuenta las últimas horas de vida de una joven vienesa snob de finales de siglo. Empeñada en llevar una vida regalada de color rosa, entre hermoso vestidos y veladas agradables, pasa las vacaciones de verano en un hotel de la localidad alpina de San Martino di Castrozza, junto a su tía Emma y su primo Paul. Pero su realidad familiar no trascurre por buenos momentos: el padre, un conocido abogado de Viena, ha realizado una estafa para enriquecerse por enésima vez y si no recupera el dinero que ha usurpado ilegalmente, será internado en la cárcel. La madre encarga a la hija la tarea de reunir el dinero necesario pidiendo el favor al señor von Dorsday, alojado en el mismo hotel y amigo del padre de Else.

Pese a la repulsa inicial, la joven no tiene más remedio que rogar la colaboración del tal señor, y como Else es atractiva, el hombre no duda en proponer un intercambio donde ambos saquen provecho: para entregar el dinero necesario a su padre, la muchacha deberá comparecer desnuda ante él para que pueda disfrutar de tal belleza en su máximo esplendor. A partir de aquí, Else padecerá una lucha en su interior, dudará entre permanecer indiferente al problema de su padre y no ayudarle, entregarse directamente a los brazos de von Dorsday y perder su inocente pudor o sencillamente suicidarse, incapaz de resarcirse de tal deshonra, tras mostrarse desnuda ante él.

Qué mejor manera para mostrarnos los íntimos pensamientos de Else, durante unas horas tan intensas y difíciles, que usar el recurso narrativo del monólogo interior, del que será introductor en lengua alemana Schnitzler. De este modo, y sólo a través de las percepciones del personaje central, Else, nos llega el relato de los hechos, cobrando éstos menor importancia que el efecto que producen sobre la protagonista. Esta forma de representación radicalmente subjetiva (pues no hay nada menos objetivo que nuestros pensamientos íntimos, fruto de nuestra forma subjetiva de ver el mundo), requiere de un esfuerzo por parte del lector, el cual debe asumir el punto de vista del personaje y crearse una imagen de la “realidad” ficcional a partir de las opiniones subjetivas de Else. Este tipo de relatos, por último, se caracterizan por respetar la unidad de tiempo y por introducir en estilo directo y cambio de grafía lo que dicen otros personajes.

La mente de Else al descubierto nos presenta a una joven con un conflicto femenino típico de la época, mejor dicho, fruto de la moral del momento. Dentro de Else revolotea constantemente, incluso antes de la proposición de von Dorsday, la idea de la sexualidad femenina, dudando entre sus dos modalidades, reprimida o liberada. Desde luego, si Else hubiera perdido el miedo al sexo y fuese capaz de dominarlo y no de ser dominado por él, su vida no hubiese acabado tan trágicamente, pues hubiese podido tomar las riendas del asunto von Dorsday y decidir sin tabúes lo que le convenía. Schnitzler realiza, además de un retrato psicológico de una “niña bien” de la época, una crítica a la moral imperante, capaz de hacer enloquecer a una muchacha por algo que hoy nos provoca risa.

Al final de la novela, Else, incapaz de dar una solución a su conflicto, pierde los papeles en un estado de locura transitoria y se muestra desnuda ante medio hotel; asustada por las consecuencias que tal acto pueden acarrear a su reputación, hasta el momento intachable, el remedio del suicidio le parece el más apto para salir airosa del desliz.


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