29/6/07

"El acorazado Potemkin", 1925


Sergei Eisenstein se sirvió de los acontecimientos de la insurrección de 1905 contra las tropas zaristas en el puerto de Odessa para dar sentido a la revolución rusa de 1917. El acorazado Potemkin se compone de cinco grandes secuencias: la rebelión de la marinería del barco por el mal estado de la comida, el motín en el alcázar, la exhibición del cuerpo del mártir en el muelle, la matanza de civiles en la escalinata de Odessa y la salida triunfal del acorazado al encuentro de la escuadra. En todas ellas se aprecia la elaborada manipulación del medio fílmico que caracterizó a Eisenstein.
Una de las tomas más memorables incluidas en la secuencia de la escalinata de Odessa , por ejemplo, capta el horror de la matanza en un primer plano de una mujer que grita tras ser herida por el avance de los soldados. El montaje percutiente, las tomas detalladas, las repeticiones, los contrastes, las comprensiones y expansiones del tiempo, y las colisiones de imágenes contrariaban la tendencia a una ilusión de la realidad sin suturas que se manifiesta en otros cines nacionales de los años veinte.
Con esta película el cine soviético se colocó en el centro de la escena mundial, a pesar de ser censurada y hasta prohibida en muchos países por su glorificación del ideal comunista. A raíz de la revolución, los directores jóvenes habían buscado un estilo cinematográfico que destruyendo la tradición contribuyese a alumbrar una sociedad nueva. En películas de contenido revolucionario abandonaron la estructura usual, experimentaron con nuevas técnicas y explotaron el montaje. Eisenstein en particular creía en la yuxtaposición de imágenes para sacudir al espectador y convertirle en agente cinematográfico activo.

23/6/07

Schnitzler o la deconstrucción de la Viena finisecular


La ronda es un drama representativo de los llamados Eiknakterzyklus o ciclos en un acto, cuya principal característica es presentar variaciones sobre un mismo tema. En este caso, encontramos la temática de la relación sexual entre un hombre y una mujer como nudo de cada una de las breves escenas en las que se divide la obra. Pero La ronda, como sugiere su propio título, tiene una estructura de carrusel que merece la pena comentar: en cada escena aparecen dos personajes, de los cuales, uno nos es conocido pues ya había protagonizado la escena anterior junto a otro personaje que ya no aparece. De este modo se produce como una cadena que une a todos los personajes entre sí, y en la que cada eslabón viejo nos presenta al eslabón nuevo, que a su vez nos presentará al siguiente eslabón.

¿Qué tipo de personajes dan forma a esta ronda? Schnitzler va a escoger una amplia gama a partir de las capas sociales que podemos encontrar en una sociedad como la Viena finisecular. De entre los marginados, la prostituta; de las capas bajas, la criada y el soldado; ascendiendo a la clase media, la muchachita ingenua; los burgueses están representados por el marido, la joven esposa y el señorito; los artista o el mundo de la bohème, por el poeta y la actriz; y el conde, en calidad de miembro de la nobleza. De todos modos, estos personajes, más que simular personas reales, constituyen auténticas máscaras sociales, de ahí que el nombre propio carezca de importancia.

Partiendo del estrato más bajo (la prostituta y el soldado) llegamos a una escena final en la que la cúspide de la pirámide social se une a uno de sus más ocultos cimientos, la prostituta, personaje que abre y cierra el ciclo. A través del recorrido que nos presenta La ronda observamos como el sexo desarma todo el entramado jerárquico de una sociedad sustentada en estas diferencias de clases. Al parecer, la fuerza igualatoria de la sexualidad es capaz de desmantelar las diferencias entre los estamentos, cuyos componentes, diferenciados entre sí por aspectos económicos y culturales (son evidentes, por ejemplo, las distinciones en el empleo del lenguaje entre el marido y el soldado, etc.), tienen en común el motor que mueve sus acciones: su instintivo deseo sexual.

Si es cierto que el sexo es el impulso regente en todos nuestros personajes, también lo es que no todos ellos exteriorizan este impulso de la misma manera. Así, debemos destacar la visión natural y abierta del sexo entre las capas más desfavorecidas, en las que el deseo sexual se muestra al otro de forma más diáfana y, por el contrario, hemos de hacer referencia a la rígida y ritualizada expresión de este deseo, siempre mal reprimido, entre las capas superiores.

Schnitzler no duda, pues, en sacar a luz la falsa moral burguesa característica de fin de siglo. Es la clase a la que pertenece el marido de La ronda, que rechaza la existencia de la instintividad humana, aunque en oculto la profesa, es decir, que da lecciones de moral a su esposa y se le confiesa fiel enamorado, para encontrarse al día siguiente con una jovencita en el reservado de un restaurante.

Y es que Arthur Schnitzler es el autor de su época que mejor supo mostrar las llagas, las enfermedades morales de su sociedad, una sociedad acostumbrada a ocultarlas bajo las bellas apariencias, en la pertenencia a un cuadro político modelo de convivencia pacífica o con la ayuda de un progreso intelectual y artístico nunca visto hasta entonces. En La ronda, obra que valió en sus momento el título de pornográfica, el autor vienés deconstruye los valores imperantes establecidos por la burguesía y los presenta en toda su crudeza ante los ojos escandalizados de los mismos que, tras la cortina de un reservado, los olvidan y trasgreden sin cargos de conciencia.

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