15/11/07

El amor en los tiempos del frío




Inventario de los lugares propicios para el amor
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga la nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el "no tocar, peligro de ignominia"
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas, retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda, quizá, el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.
Ángel González
Tratado de urbanismo

(Odilon Redon)

10/11/07

Vida / Arte


Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?

César Vallejo
Poemas humanos, 1939


(Matisse)

5/11/07

La amistad del cine y la literatura


Últimamente ando disfrutando de películas basadas en obras de teatro del dramaturgo norteamericano Tenessee Williams. Se trata de historias que transcurren en ámbitos cerrados donde la interpretación del actor resulta fundamental para mantener la tensión dramática y donde el texto es la pieza clave generadora de placer estético.
Como la literatura es mi arte preferido y no soy excesivamente cinéfila, podría decir que la calidad del guión es lo que más me interesa de una película. Quizá por ello Un tranvía llamado deseo, De repente el último verano y La gata sobre el tejado de zinc me han seducido tanto, porque detrás se nota la presencia de una pieza literaria teatral.

Se suele recalcar que las adaptaciones de grandes novelas al séptimo arte resultan un fracaso. La altura del texto supera la de la versión filmada invariablemente. Sin embargo, tres de mis preferidas novelas del XX español, La Colmena, Los santos Inocentes y Réquiem por un campesino español, poseen unas versiones fílmicas que no desmerecen en nada a las escritas. Y son adaptaciones muy fieles al texto que no por ello abandonan el uso apropiado de los recursos característicos del cine para hacer brillar más las obras (la música, la luz, las voces, el juego de la cámara, etc.).

Del panorama actual destaca Arturo Pérez-Reverte. El maestro de esgrima, La tabla de Flandes, Territorio Comanche, La carta esférica, La novena puerta, Alatriste... Cada vez es menor el número de sus obras no llevadas a la gran pantalla, al parecer su novelística posee unas características que la acercan al lenguaje fílmico.
Por otro lado, todos podemos pensar en piezas literarias extremadamente complejas de plasmar en fotogramas, creo que hay adaptaciones de En busca del tiempo perdido o de Ulises, pero, evidentemente, nunca serán capaces de trasladar ni una mínima parte del “todo” de la primitiva versión. La literatura ofrece detalles imposibles de trasladar con una cámara.

Un repaso general de novelas que han atraído a directores cinematográficos nos daría un amplio espectro tipológico: desde joyas de la literatura universal (El tambor de hojalata) hasta best-sellers varios (El código da Vinci o La casa de los espíritus) pasando por los clásicos de aventuras (Robinson Crusoe, El conde de Montecristo, Oliver Twist...) o la novela costumbrista (Arroz y tartana, Fortunata y Jacinta) por no mencionar los clásicos del terror (Drácula, Frankenstein, El Doctor Jekyll...).

Me gustaría conocer vuestras ideas sobre el tema. ¿Os seducen las adaptaciones cinematográficas de libros o las aborrecéis porque “la novela siempre es mejor”? ¿Conocéis casos curiosos donde la archisabida máxima se transforme? ¿Qué versión fílmica es vuestra preferida? ¿Cuál detestáis más que ninguna? En general, ¿son o pueden ser el cine y la literatura buenos amigos?
(Duchamp)

1/11/07

"La calle", Balthus, 1933


Aunque ambientada en un lugar real (la rue Bourbon-le-Château de París), La calle tiene la intensidad de un sueño. Las figuras de esta extraña danza paralizada están cuidadosamente alineadas a modo de friso, pero no existe interacción entre ellas, si se exceptúa la pareja que forcejea a la izquierda. El cocinero de alto gorro ni siquiera es un ser humano, sino el anuncio de un restaurante puesto en la acera; pero no resulta más rígido que los restantes personajes, que, estilizados y macizos, más parecen posar que andar.
Parte de la tensión de la obra se debe a la heterogeneidad de las tradiciones que aglutina. La perspectiva arquitéctonica en disminución emula la geometría renacentista, porque Balthus es un gran admirador de artistas del Quattrocento, y en particular de Piero della Francesca.
Pero otra influencia muy distinta lo enlaza con sus colegas surrelistas: mucho después de pintar La calle, seguía diciendo que nunca había dejado de ver las cosas como las veía de niño. Conocía bien libros infantiles, como las historias de Alicia de Lewis Carroll, con sus ilustraciones de Jhon Tenniel, y se ha dicho que la niña sorprendida en medio del trajín sería la propia Alicia; el jovencito del centro se parece a Tweedledum o Tweedledee, y el hombre del tablón podría ser el carpintero de Carroll sin la compañía de la morsa.
En cualquier caso, imaginarse paseando por esta calle balthusiana nos desconcierta, nos provoca cierto desasosiego por lo que tiene de irreal y artificioso, como si temiesemos convertirnos en otra de sus figuras estáticas, entre humanas y autómatas. Pero es, tal vez, la incomunicación reinante lo que más nos aleja del deseo de entrar en el lienzo.
Tememos la actitud abstraída y displicente de cada personaje, como tememos una sociedad donde cada individuo está egoístamente ensimismado y cuando se dirige a otro lo hace para intimidarle, prohibirle, acosarle, como hace el hombre del cuadro a la muchacha de la chaquetilla roja. Sólo quisiera entrar dentro para salvarla. Aunque no sé si la traería a un mundo mejor que el que ella habita.

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