"La calle", Balthus, 1933
Aunque ambientada en un lugar real (la rue Bourbon-le-Château de París), La calle tiene la intensidad de un sueño. Las figuras de esta extraña danza paralizada están cuidadosamente alineadas a modo de friso, pero no existe interacción entre ellas, si se exceptúa la pareja que forcejea a la izquierda. El cocinero de alto gorro ni siquiera es un ser humano, sino el anuncio de un restaurante puesto en la acera; pero no resulta más rígido que los restantes personajes, que, estilizados y macizos, más parecen posar que andar.
Parte de la tensión de la obra se debe a la heterogeneidad de las tradiciones que aglutina. La perspectiva arquitéctonica en disminución emula la geometría renacentista, porque Balthus es un gran admirador de artistas del Quattrocento, y en particular de Piero della Francesca.
Pero otra influencia muy distinta lo enlaza con sus colegas surrelistas: mucho después de pintar La calle, seguía diciendo que nunca había dejado de ver las cosas como las veía de niño. Conocía bien libros infantiles, como las historias de Alicia de Lewis Carroll, con sus ilustraciones de Jhon Tenniel, y se ha dicho que la niña sorprendida en medio del trajín sería la propia Alicia; el jovencito del centro se parece a Tweedledum o Tweedledee, y el hombre del tablón podría ser el carpintero de Carroll sin la compañía de la morsa.
En cualquier caso, imaginarse paseando por esta calle balthusiana nos desconcierta, nos provoca cierto desasosiego por lo que tiene de irreal y artificioso, como si temiesemos convertirnos en otra de sus figuras estáticas, entre humanas y autómatas. Pero es, tal vez, la incomunicación reinante lo que más nos aleja del deseo de entrar en el lienzo.
Tememos la actitud abstraída y displicente de cada personaje, como tememos una sociedad donde cada individuo está egoístamente ensimismado y cuando se dirige a otro lo hace para intimidarle, prohibirle, acosarle, como hace el hombre del cuadro a la muchacha de la chaquetilla roja. Sólo quisiera entrar dentro para salvarla. Aunque no sé si la traería a un mundo mejor que el que ella habita.
4 Comments:
Me ha gustado recorrer de tu mano esta calle ficticia, una calle que tanto tiene en común con las de nuestras ciudades, tristemente... muchas veces he pensado en si alguien me socorrería en caso de verme en peligro por la gran urbe, prefiero que pensar que sí porque lo contrario es terrible... Por eso tu última reflexión y tu alusión a la chica que huye me han gustado tanto.
En cualquier caso prefiero ser la chica que reacciona y escapa que los extraños seres impasibles que la rodean.
Saludos.
No conocía este cuadro, P.D. El que me gusta mucho es el de los niños jugando a las cartas que está en el Tysshen de Madrid. Es un pulso niña/niño que no tiene pérdida. Me fascina.
excelente comentario :)
Paquito, fíjate en el caso de ese estudiante valenciano que tratando de socorrer a una chica atacada por su pareja, recibió tal golpe que murió a los pocos días. Aún exiten personas dispuestas a ayudar en caso de peligro pero las consecuencias pueden ser fatales y lo peor es que los culpables anden tan campantes. En todo caso, yo también me identifico con la chica del cuadro.
Fackel, ahora mismo me pongo en busca del cuadro que mencionas, puesto que quizá lo haya visto en algún libro pero no lo recuerdo. Besos!
Peggy, gracias.
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