¡Hello, capitalismo!

La película Good Bye Lenin! de Wolfgang Becker nos cuenta la historia de la creación ficticia de una ilusión que no desea verse rota, la de una Alemania socialista unificada construida expresamente para la felicidad de una sola persona, la madre de Alex, una socialista de pura cepa, que entra en coma profundo y despierta diez meses después con el muro de Berlín echo escombros.
La madre de Alex se vuelca en la realidad del régimen socialista tras no atreverse a huir al lado occidental con su marido, el cual esperaba su llegada con los niños para comenzar una vida mejor en la Alemania más desarrollada y rica. Sin embargo, el plan no acaba cuajando en la esposa, que decide quedarse y, suponemos, a causa de la culpabilidad por dudar entre permanecer o irse, convierte en el centro de su vida la sociedad socialista que iba a abandonar, participando en todo cuanto pudiese mejorar el estado de las cosas y la vida de sus ciudadanos. Hasta que un día, sorprendida al ver una manifestación contra el régimen en la que su propio hijo participaba, sufre una ataque cerebral y entra en coma.
La historia seguirá su curso durante los meses de desconexión de la madre, de modo que se abren las fronteras, la moneda occidental entra en la RDA, se unifican las dos Alemanias, y el estilo de vida consumista empieza a impregnar la antigua austeridad socialista. Alex comprende que todo cuánto su madre amaba ha sucumbido, y cuando, una vez despierta del coma y el médico aconseja protegerla de sobresaltos y disgustos, la única salida que ve el joven es montar la farsa de que nada ha cambiado.
A partir de este momento la vida de Alex girará en torno a la consecución de una realidad socialista perfecta para su madre y esta misión incluirá, desde convencer a todos los familiares y conocidos para la participación en el teatro, pasando por la grabación falsa de informativos televisivos con noticias inventadas, hasta confeccionar una bandeja de productos para el desayuno genuinamente socialistas.
Evidentemente, la fantasía de Alex se le va de las manos, y acaba siendo más poderosa la ficción que la realidad, llegando a un punto en que no se distingue para quien es más importante la existencia de la mentira, si para el hijo o para la madre. De hecho, y pese a que la última acaba conociendo la verdadera historia, decide no revelárselo al hijo, sobre todo, después de que éste cree para su deleite (¿el de quién?) un final para la RDA diametralmente opuesto al auténtico. Serán, así, los ciudadanos occidentales los que, cansados de ser unos esclavos del bienestar inocuo y del consumismo, digan adiós al capitalismo para saltar los muros que les separan del régimen socialista, el régimen que ansían todos los alemanes para el conjunto del país de nuevo unido.
En verdad, esta es la historia de una utopía que no pudo ser, que fue imposible, pero a la que se le deja una puerta abierta. Del mismo modo que las cenizas de la madre de Alex no son sepultadas bajo tierra sino propulsadas hacia el cielo en un pequeño cohete, el autor del film no entierra la esperanza, la deja flotando en el aire para que, en un futuro no demasiado lejano, puede recuperarse.
(Chema Madoz)