12/7/07

"Casa de muñecas", Ibsen


Dicen que el portazo de Nora cuando sale de su hogar burgués dejando estupefacto a su marido, es el portazo más sonoro de toda la historia del teatro. Un hombre del norte, de la fría Europa, el dramaturgo noruego Henrik Ibsen, y en 1870, fue el precursor de un pensamiento feminista que entonces empezaba a despuntar y que él retrató en su reivindicativa y libertaria Nora.

Nora es una mujer de la burguesía media, perfecta esposa de su marido, aniñada, dulce, encantadora, sin más pretensiones que críar sus tres niños y hacer a su esposo el hombre más dichoso de la tierra. Para salvar la vida de éste (enfermo, necesita un caro viaje a Italia), es capaz de pedir prestado dinero mediante una firma falsa a un ser mezquino que, a posteriori, la extorsionará para conseguir sus objetivos (que su marido le otorgue un buen empleo en el banco donde trabaja). Nora ha ocultado a su esposo el préstamo del dinero a fin de no herir su orgullo masculino, pero pronto comprende que la tragedia va a desencadenarse, el marido acabará conociendo la cuestión y ella, confiada en el amor que hay entre ambos, espera su perdón y su apoyo frente al peligro de verse condenada a juicio por el tema de la falsa firma.

La reacción de su marido será muy distinta a la esperada. El marido la repudia por su acción en vez de agradecérsela, pues le salvó la vida, antepone su imagen social al amor por su esposa y se empeña en separarla de sus hijos para que no los contamine con su innata "criminalidad". Una carta viene a resolver el conflicto. El extorsionador advierte en ella que no va a seguir adelante con el juicio y que renuncia al puesto en el banco. El marido, que vuelve a verse a salvo del "qué dirán", se desdice de sus anteriores improperios a Nora y le propone seguir tan felices como hasta ahora.

Pero la mujer ya ha conocido la mezquindad oculta tras la fachada de buen esposo burgués. Incapaz de perdonar el egoísmo de su marido, vuelve los ojos atrás para revisar su existencia, y comprende que ella ha funcionado como una muñeca, como un simple juguete entre las manos del hombre a quien creía amar. Consciente del sinsentido de toda su vida y decidida a dar forma a su futuro por ella misma, a aprender y formarse como ser humano, a conocer mundo y conocerse a sí, se despide de un incrédulo marido que ve hecha añicos toda una utopía matrimonial construida a la medida del varón.

La huida de Nora es la huida de la Mujer del nido matrimonial y burgués, el abandono consciente del constreñidor espacio hogareño destinado a toda fémina epocal. Nora representa la alternativa a la mujer abnegada, dedicada al cuidado de la casa y de la prole, sin pretensiones personales de ningún tipo, la mujer "anulada". Ella reniega de este prototipo, desencantada de ser la protagonista de una casa de muñecas, y decide luchar por una existencia auténtica, intensa y plena. Nora cierra una puerta y abre otra, para que entre al mundo la mujer del siglo XX.

("La vida", Pablo Picasso)

6/7/07

Trenes



Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y remejía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan
/extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

(Estrofa del poema de Dámaso Alonso "Mujer con Alcuza")

(Ilustración: "El vagón de tercera", Honoré Daumier)

3/7/07

Pánico a encender la televisión. La difusión de alarma social en los medios de comunicación.


El ensayo del sociólogo Enrique Gil Calvo titulado El miedo es el mensaje es un minucioso análisis del extraordinario incremento de la alarma social al que estamos asistimos desde el pasado cambio de milenio y un estudio del papel que juegan los medios de comunicación en esta etapa de pesimismo y angustia.

El libro se inicia aludiendo al temido efecto 2000 y al consiguiente pinchazo bursátil de las burbujas tecnológicas y especulativas, con el estallido de la llamada “nueva economía” en marzo del 2000, poniéndose en cuestión el salvacionismo tecnológico pregonado en la década de los noventa. Se iniciaba un ciclo depresivo de la economía occidental aupado por casos como el de Enron en el 2001, el gran fraude empresarial de contabilidad creativa que originó una avalancha de denuncias de casos semejantes. Al mismo tiempo, el autor no duda en señalar que antes del atentado a las Torres Gemelas el clima de opinión ya era negativo a causa de la caída bursátil. Con los aviones suicidas, el acceso de pánico es ya definitivo y hace su aparición el infierno de la desconfianza.
El resultado derivado de semejante catarata de acontecimientos perversos es el advenimiento de un depresivo clima de opinión caracterizado por la incertidumbre y la desconfianza. No tarda en hacer aparición, como si de una epidemia se tratara, la aversión al riesgo, primero, entre profesionales del mundo económico y, más tarde, entre el resto de actores sociales, contagiándose a través de los medios de comunicación.
Tanta desconfianza, aversión al riesgo y temor al futuro es prueba de que el estado de ánimo colectivo ha cambiado por entero desde unos años a esta parte. Ya no se trata sólo de la mera incertidumbre económica, sino de un clima general de pesimismo fuertemente negativo, en el que sólo se espera lo peor y se desprecia cualquier indicio positivo o al menos neutral. Gil Calvo advierte que en este proceso no se ha hecho sino sustituir un espejismo por otro, y se ha pasado de la creencia en una ficción color de rosa (aquel viejo optimismo de la nueva economía digital, de hace tan sólo una década) a otra creencia no menos falaz, la de una leyenda negra tan ficticia como la anterior.
Y es que se desprende del ambiente un sensación muy significativa de pérdida de la invulnerabilidad, tanto por causas económicas como por la idea de un ciclo de terrorismo mimético al del 11-S. Ante este tragedia, todo se creyó todo posible y se configuró un clima de opinión centrado en el miedo y el odio, cuyas consecuencias más directas fueron la guerra punitiva para reconstruir el herido orgullo estadounidense y, paradójicamente, una serie de múltiples manifestaciones de resistencia ante esta decisión calificada de improcedente. Rápidamente y a nivel mundial no encontramos con un cambio geoestratégico, lo que se ha denominado el nuevo desorden actual, en sustitución al viejo orden anterior.
En conclusión y para abreviar, a las causas de inseguridad económica, terrorista o callejera hay que sobreañadir la inseguridad alimentaria, ambiental o sanitaria (los ejemplos empleados aquí por Gil Calvo son casos como el de las vacas locas, la epidemia de SARS, el sida o la catástrofe del Prestige). De modo que se podría seguir en esta misma línea, relatando el creciente impacto que sobre una opinión pública cada vez más sensibilizada por su aversión al riesgo están teniendo las sucesivas crisis institucionales que se producen y acumulan, desde la desorganización familiar hasta la precariedad laboral, generalizándose una insidiosa percepción del riesgo, incertidumbre, alarma e inseguridad. Y, por si fuera poco, a todo esto hay que agregar la creciente desilusión colectiva ante los gobiernos, a los que la ciudadanía considera incompetentes e ineptos para tratar de apaciguar el caos y lograr el bienestar.
Pero, y aquí se enuncia la principal cuestión a la que este ensayo quiere hacer frente, ¿se está incrementando verdaderamente el nivel objetivo de riesgos reales o lo único que aumenta es el grado subjetivo del alarmismo percibido, dada la inflación mediática de su omnipresente visibilidad?


(Extracto de mi reseña para la asignatura "Opinión pública" acerca del libro El miedo es el mensaje, de Gil Calvo)
(Ilustración: Paul Klee)

1/7/07

Poema contra uno mismo


CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA


De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colemena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?


Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo
la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado
y dices que envejezco.


Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.


Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil
y que eres débil cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.


A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Jaime Gil de Biedma

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